Kauai... Honolulu... Maui...
No sé las veces que nos repetimos estas palabras, como si al pronunciarlas en voz alta sonaran más creíbles - Dani... nos vamos a Hawaii, ¿eres consciente? ¡Hawaii, joder! El Hawaii de las pelis, el Hawaii de Jurassic Parc y/o Lost…
Hawaii existe... y es nuestro próximo destino.
A estas alturas, ya me había percatado que no hay sueños imposibles, ni destinos a los que no se pueda llegar. Años atrás, Hawaii sonaba a lejos, a caro, a inviable… pero hacía tiempo había eliminado de mi vida todos los prefijos negativos que restaban fuerza a las palabras. Así pues, ya no quedaba lugar para lo in – alcanzable o in – accesible. Y, en mi propósito por descubrir cada rincón de este planeta, había llegado la hora de perdernos por el Pacífico.
He aquí mi aventura.
Me quito los cascos para escuchar el mensaje del piloto. En 20 minutos aterrizamos en Oahu… Hawaii. Las mariposas de mi estómago revolotean al escuchar la palabra en boca ajena. No puedo más con mi felicidad. Ya me estoy imaginando con una corona de flores naturales bailando hula.
Me cargo mi mochila de supervivencia (con 7kg perfectamente cuadrados) y busco el cartelito del tío que me llevará a mi hostal.
Durante los 30 minutos de trayecto miro embelesada por la ventanilla… edificios, coches, muchedumbre… no tenía grandes expectativas puestas en esta isla, según la búsqueda de información previa que había hecho (la capital, la ciudad más grande y turística). Pero detrás de toda esa civilización se alzaban esas montañas de mil tonalidades de verdes, imponentes, empinadas. ¡Ojo! Esto no pinta nada mal…
Seguimos los carteles hacia Waikiki Beach, el barrio cool dónde está mi alojamiento. Llegamos a Beachside Boutique Hostel, el hostal escogido después de una intensa búsqueda entre los precios desorbitados que me ofrecía Booking y Hostelworld. Y, después de hacer balance entre dólares/noche y opiniones, ¡Woilà! El hostal está a dos calles de la playa, en pleno meollo, y la atmósfera de backpackers de “todos sitios menos Spain” eleva mis expectativas. ¡Esto va a ser guay! Abrazo a mi compi de viaje en un momento de liberar mi adrenalina.
¡Tiiiitiiiii, qué bien lo vamos a pasar!

Waikiki Beach
Día 1: Kailua, Lanikai, Diamond Head Crater y Waikiki Beach.
Nos despojamos de nuestras pertenencias, nos atiborramos a peanut butter (cortesía del hostal) y nos ponemos en marcha. Después de una interminable ruta en bus (sí, hay buena conexión, pero con paradas cada …¿100 metros? Y con el espíritu “Aloha – la vida es calma” del conductor… vale Ari, don’t worry be happy… welcome to Hawaii). Como dato de interés, el ticket del bus vale 5 dólares y sirve para todo el día (aseguraos de llevar efectivo y justo… no tengáis que mendigar al resto de pasajeros, como tuve que hacer yo).
Nos bajamos en Kailua. Caminamos entre casitas de colorines. Cotilleamos souvenirs de piñas, coconut oils made in Hawaii y camisetas Hawaianas (como mola ésta para mi “bro”). Ojeo los “Aloha” tallados en madera de koa y hago mi primera inversión en una corona de flores (ya estoy integrada). Llegamos a una preciosa playa de agua turquesa cristalina y arena blanca. Se dice que esta zona es lo más parecido al Caribe… y nada más lejos de la realidad. Curiosamente, ni rastro de olas bravas para surferos (lo más bravo que veo es el niño que chapotea emocionado en el agua, facilitando la entrada a esos cobardes que temen a los primeros 3 minutos de congelación).

Kailua
Seguimos caminando hacia la siguiente playa, Lanikai, más estrecha, pero de igual intenso turquesa y, con el añadido que tenemos de fondo el famoso Chinaman´s hat (o islote Mokolii). Después de unas horas de relax en el paraíso, nos movilizamos (no nos da tiempo a subir Pilboxes Trail, pues presiento que tenemos un largo trayecto en bus).

Lanikai

Lanikai
Espero en la parada del (imagino) lentísimo bus cuando aparece mi hada madrina: un muchacho baja la ventanilla a mi altura – Hey, ¿vas para Kailua? – me pregunta con su estadounidense acento inglés – Sube, te llevo, el bus pasa dentro de una hora…
(¡Thanks, God!)
Así pues, conseguimos llegar a una hora decente a la subida del famoso Diamond Head, cráter de 232 metros, monumento estatal histórico con vista panorámica de Honolulu, a 5 minutos de Waikiki. Como dato curioso, su nombre proviene de los marineros británicos que en el siglo XIX confundieron con diamantes a los cristales brillantes de calcita que había en los laterales del cráter, sin valor… (menudo chasco, amigos).
Llegamos justo a tiempo para el espectáculo de hula gratuito en Waikiki Beach. Aunque turístico y masificado, el barrio tiene un ambiente especial. Los turistas deambulan, con sus camisas floreadas seguramente recién estrenadas, por el paseo de la playa a la hora del atardecer. Los más consumistas invierten en souvenirs. Los surferos aprovechan las últimas horas de luz. Una gran muchedumbre nos amontonamos alrededor de las hawaianas que mueven con gracia los flecos de sus faldas. El sol nos abandona poco a poco… y, en el momento del rosa más intenso, todos aplaudimos al unísono.

Sunset en Waikiki beach
Volvemos a nuestra habitación compartida de hostel. Y, aunque exhaustos, nos vemos arrastrados (bueno, vale, no fue necesaria demasiada presión) por nuestro compi de habitación al rooftop, dónde acabaríamos la noche entre cervezas y anécdotas. El alemán nos explica sus aventuras en Maui (nuestro próximo destino), la kiwi de Nueva Zelanda me informa de los mejores chollos para comprar (no tengo ni un duro previsto en mi presupuesto para invertir en shopping, pienso), la holandesa propone un juego de beber (¿real?) pero, antes de que podamos responder, el canadiense ya se ha bebido tres latas del trago. El tímido de California observa y calla…
Día 2: Reserva natural Hainauma Bay y Jardines Botánicos.
Hoy toca día de snorkel en un santuario marino (desde que descubrí la cantidad de animalejos que habitan en el mar, no puedo dejar de incluir mi sexy kit de gafas y tubo en mi equipaje). Hainauma Bay es un cráter volcánico abierto al mar… la imagen cuando llegas es brutal (el agua es tan transparente, que puedes visualizar desde arriba el coral). Lamentablemente, está plagado de gente, así que madrugad si queréis ver más peces gigantes de colores que turistas en camiseta blanca, tubo y chanclas. Aun así, vale muchísimo la pena…¡Vaya cantidad de animales extraños!
Nada más llegar, entramos a una sala con pantalla gigante (perdonad, ¿unas palomitas y una coca cola zero?) dónde vemos un video sobre respeto a la vida animal. Una vez todos concienciados, estamos listos para la inmersión. ¡Al agua, patos!
A la tarde, ponemos rumbo a los famosos Jardines Botánicos. Nada más llegar alucino (¡literal!). Paseamos por la carretera entre plantas con unas imponentes montañas picudas, escarpadas, de intenso verde, de fondo. No hay una sola área en ellas sin exuberante vegetación…Además, la espesa niebla de la cima le da un punto siniestro que las hace incluso más bonitas. Paseamos, nos metemos por todos los rincones, las fotografiamos desde todas las perspectivas. Seguimos paseando, las dejamos atrás. Giro la cabeza para volverlas a mirar. La giro una vez más… y otra más. No puedo parar…
Día 3: North Shore – la meca del surf
Hoy toca descubrir la zona dónde los mejores surfistas del mundo se enfrentan a las olas más imponentes. Sede de las competencias de surf con más renombre en todo el mundo… el North Shore.
Atención a principiantes…las corrientes pueden ser muy peligrosas. Aunque no he tenido la suerte de ver las olas más impactantes (al ser temporada de verano), ¡me encanta esta zona!
Mi primera visita es a Waimea Beach, la playa más bonita de la zona. Contrariamente al resto, el agua aquí está muy calmada. Nada más entrar, el cártel al lado de la exótica caseta de socorristas informa de corrientes muy peligrosas. ¡Pero si es una bañera! Quizás he pillado buen día…así que soy prudente, y me meto en el agua cristalina con cuidado, pues tengo entendido que el Pacífico es muy traicionero… Para mi sorpresa, cubre mucho nada más entrar. Disfruto de una mañana de baño, sol y snorkel. (Qué felicidad…)
El hambre empieza a decirme que es hora de moverse. Me voy a Haleiwa town a buscar mi bowl de Açai en ese food truck tan cuqui que me han recomendado. ¡El pueblo me enamora completamente! Tiendas y casitas bajitas de colorines, food trucks con una deliciosa oferta gastronómica (soy muy fan de los bowls y la cultura del food truck). Así que me planto en la plaza de Haleiwa a saborear mi maravilloso Açai, mientras unos “muchos” turistas hacen una cola interminable para probar el “shave ice” del famosísimo Matsumoto (a mí este postre a base de pegarme un atracón de hielo no me ha acabado de robar el corazón…).
La siguiente visita es para las tortugas verdes (o honu) que salen a descansar en la arena de Laniakea Beach. La playa en sí no es nada del otro mundo… pero… ¿y esos enormes animales que salen lentamente del agua para descansar? No había visto una tortuga de ese tamaño en mi vida… eso sí, las miro desde una distancia prudencial… pues están en peligro de extinción… y no quiero molestarlas.
Las últimas paradas son, en primer lugar, Pipeline Beach, una de las zonas surferas con más índice de mortalidad debido a las inmensas olas y los peligrosos arrecifes. Ir a ver a los surfistas experimentados allí debe ser todo un espectáculo. Lamentablemente, estamos en verano… y las olas no son tan impactantes. Me decepciono un poco…
Finalmente, acabamos viendo un bonito atardecer en Sunset Beach.
Oahu… inicialmente vine con la idea de una isla demasiado turística y explotada… y, aunque quizás lo sea, lo cierto es que tiene algo especial. El turismo de Waikiki, contrariamente a agobiarme, desprende una magia especial. Quizás sea la cultura “Aloha” …o el propio nombre, pues Waikiki no suena igual a Benidorm…¿o no? Y si inventáramos más nombres con W’s y K’s…¿no molaríamos más?
Mis expectativas para los siguientes destinos son muy top. ¿Será tanto cómo imagino?
Próximamente, Maui y Kauai.
(Sí, Ari, estás en Hawaii… Estoy en Hawaii…joder, Hawaii….)